martes, 6 de noviembre de 2007

La cocina literaria. Pan

Cito un párrafo de un artículo de periódico de Azorín, Vitalidad, 1943, donde escribe sobre el pan. La variedad de palabras (sepamos o no lo que significan) y cómo se manufacturaba artesanalmente el producto anima una acuarela viva de un tiempo donde había clases de panes: "El pan recibe diversas denominaciones, según sus circunstancias; hay pan leudado y pan sin leudar, o cenceño y ázimo. Hay pan prieto, o moreno, o bazo, y pan de flor o candeal. Hay pan pintado y pan sin pintar. Hay pan con orejas -que es el que se come en Levante- y pan sin orejas -que es el más frecuente en Castilla-. Existen hogazas, o panes de más de dos libras, y existen molletes y bodigos. No debemos olvidar ni las obladas, ni las morenas, ni los dobleros o panecitos. Del pan pueden quedar mendrugos o corruscos; podemos decentar un pan y tomar de él un zato o zatico, un cantero o cortezón. En los pueblos en que se amasa en las casas, se hace la cochura en hornos públicos. Charlan las comadres en esos hornos y en las solanas y en los lavaderos. Los hornos se caldean con hornija o ramaje ligero; se paga por cocer el pan un derecho de hornaje. "Al enhornar se hacen los panes tuertos", dice el refrán. Otros estropicios pueden ocurrirles a los panes: pueden ahornarse o sollamarse; pueden olivarse o agriarse; pueden escalfarse. Los panes los llevan los anacalos desde las casas al horno; los llevan puestos en añacales o tableros".

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